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lunes, 15 de abril de 2013

Una reflexión de mi tiempo en Navarra


El texto que comparto a continuación lo escribí para una revista estudiantil de la Universidad de Navarra y data, probablemente, del 2003.



Los exámenes: una batalla para cada invierno 
Cuando era pequeña y jugaba con mis amigos, no faltaba el listillo que pasaba del juego diciendo que allí no había policías ni ladrones, sino niños correteándose. Quizá fuera antipático, pero no arruinaba el juego. El verdadero aguafiestas era uno que entraba como obligado. Hasta las ganas se le quitaban a una de perseguirle si era ladrón porque se dejaba coger a la primera, o de huir de él, porque no te perseguía. Estaba en el juego como sin estarlo. Entonces otro chico le reñía, le recordaba de qué iba el juego y le decía que si no jugaba bien y en serio, mejor se fuera.
Jugar en serio. ¡Vaya cosa y qué cierta! Porque la vida está llena de juegos y no son sólo los niños los que participan. Estas últimas semanas, la vida universitaria cambia completamente de ritmo. Las aulas están silenciosas. Los alumnos se congregan más de lo normal en la biblioteca. Basta un poco de empatía para sentir la tensión en el ambiente del vestíbulo, casi tan densa como el humo del tabaco. Alumnos y profesores están a prueba. Es el momento de saldar cuentas y ha comenzado el ritual.Es admirable el modo automático en que cada personaje toma su lugar en esta batalla semestral. Los alumnos se hacen de todo tipo de estrategias —lícitas e ilícitas— para vencer en el enfrentamiento con su rival y archienemigo, el profesor. Lo divertido es que los profesores tampoco lo tienen fácil, pues preparar un examen es, en el fondo, conseguir poner a prueba a los genios estrategas, dispuestos a todo, y deben luego detectar, con una capacidad analítica casi forense, las batallas limpias de los juegos sucios, para dar al final un veredicto justo.
La ley tácita de este ritual es el saber. Enseñar y aprender. Solo unos cuantos sensatos mantienen esa conciencia pero no deben decirlo, so pena de arruinar el espíritu del juego, porque el reto de vencer en los exámenes es la sal y la pimienta de estas cuatro semanas.En toda esta épica universitaria me inquieta la actitud con la que muchos entran al juego. Ayer, hablando con un amigo, me ha dicho que esperaba obtener un 7 en una materia que, desde luego, era tan fácil como difícil. Podría haber admirado su sensatez y considerar que esta batalla es global: los alumnos deben tener en cuenta un amplio espectro que va de los créditos del semestre a la planeación de su licenciatura completa. Lo que ocurre es que el hipotético 7 de mi amigo me sabía más a abandono, y las guerras que se enfrentan con desgano están perdidas de antemano, ni caso tiene pelearlas, igual que no sentía ganas de jugar con aquel amigo que no perseguía como policía, ni huía como ladrón.Desde luego, no me interesa ver sobresalientes y matrículas ambulantes, pero qué poco arriesgan las personas últimamente. Hace falta detenerse para recordarles eso que no hace falta decir cuando se juega: que el juego está dispuesto para que todos ganen, y de todas todas, con el esfuerzo, con la disposición, con la preparación. Y los que suelen ganar son los alumnos. Son muy pocos —lo creo así— los profesores que salen satisfechos con el fajo de suspensos bajo el brazo. Pido disculpas a los que todavía juegan el juego en serio por romper la ficción y poner los objetivos en evidencia, pero ya veis que hace falta recordar las reglas a quienes han olvidado en qué aventura se encuentran.
Cecilia Sabido